La ciudad
medieval
El surgimiento del nuevo sistema urbano está fuertemente ligado
con el mal llamado declive del Imperio Romano, y no con poca frecuencia se
identifica como un proceso traumático, catastrófico y de decadencia, en el que
se llega a un ocaso de los logros obtenidos en los siglos anteriores. Este
nuevo sistema urbano es resultado de varios factores entre los que se destacan
el paulatino abandono de las ciudades romanas, la ocupación de territorios
rurales, las invasiones bárbaras, la contracción de grandes ciudades en
pequeños centros fortificados, por nombrar algunos.
La visión siempre fatalista y pesimista de este período ha llevado
en ocasiones a pensar que la Edad Media es un período oscuro, de retraso y
confusión; sin embargo, mucho de todo esto es resultado de un problema típico
del estudioso de la ciudad, el cual radica en querer hacer coincidir tiempos,
ciudadanos y ciudades en períodos que no les corresponden. Personalmente,
considero que las ciudades están vivas. Una muestra de esto es su adaptación y
evolución al paso del tiempo, así que si pretendemos empalmar en la naciente
ciudad medieval el modelo de la ciudad de la Antigüedad, la unión nunca
sucederá porque los contextos son distintos y, por ende, la ciudad ha cambiado.
A continuación haré una presentación de los factores que
influyeron en el desarrollo de la ciudad medieval.
Invasiones bárbaras
Las invasiones bárbaras y los estragos que causaron se pueden
ubicar en tres períodos, siendo quizá el más conocido el segundo de éstos,
porque coincide con la caída del Imperio Romano de Occidente. Este período
comienza entre los años 406 y 407, cuando varios pueblos germánicos (alanos,
francos orientales, burgundos, suevos y vándalos) atraviesan la frontera del
Rin, y termina cuando a finales del s. VI la dominación lombarda se cristaliza
en Italia.
El primer período de las invasiones es el más importante. Se
inicia en la segunda mitad del s. II con las irrupciones bárbaras del año 259
en Bélgica, aunque se registran también entre los años 268 y 278 saqueos en
Galia, y en los años 260 y 270 irrupciones germanas en Italia; después, los
godos saquean por mar y tierra Tracia, Grecia y Asia Menor entre el 259 y 259,
también hay bandas que penetran hasta España.
Estos ataques bárbaros mostraron la inferioridad en la que muchas ciudades y
milicias se encontraban en comparación con los audaces y, en ocasiones, más
especializados oponentes.
El último período se ubica en los siglos IX y X con las
incursiones musulmanas del norte de África, los húngaros y los vikingos o
normandos.
Podemos hablar de cerca de siete siglos de incursiones y saqueos que van desde
el s. III a los s. IX y X, las cuales sin duda modificaron el modelo de vida y
hacen que las ciudades del Imperio Romano pierdan su empalme con las ciudades
medievales.
Nueva forma de las ciudades
Como resultado de estas oleadas de invasiones se acentuó un
fenómeno que aún durante el Imperio se venía dando: el abandono de los centros
urbanos. Esto principalmente se dio por parte de las elites, quienes perdieron
el interés por radicar en la ciudad. También se perdió el interés por el cargo
de edil, lo que llevó a la desaparición de los cargos y a un deterioro de las
mismas ciudades,
y a que ahora el campo y el entorno rural se volvieran el hogar de los grupos
de poder.
Las invasiones fueron factor para el abandono y declive de las
ciudades; sin embargo, este proceso no fue uniforme, pues hubo algunas ciudades
que cayeron en la primera oleada de invasiones, mientras que otras, como las
del Mediterráneo, sólo caerían hasta el último embate bárbaro. Algunas ciudades
perdieron fuerza e importancia por el cierre del comercio mediterráneo por
parte de los árabes.
Sin embargo, algunas ciudades, como si de verdaderos fénix se tratase, se
recuperaron una y otra vez de sus destrucciones, ya fuera por las actividades
económicas, la protección de sus murallas o por la posterior presencia
eclesiástica.
Como resultado del abandono y las invasiones aparece el fenómeno
que Paolo Sica define como <<ciudad retraída>>.
Se trata del abandono de los grandes dominios y la ciudad se contrae, a veces
en fases sucesivas, dejando tras de sí rastros de su forma antigua y mostrando
con los años capas cada vez más cercanas al núcleo o centro original.
El tamaño reducido es una característica de la imagen de la ciudad
medieval, aunque las circunstancias de riesgo constante llevaron a dotar a la
ciudad de lo que quizá sea el rasgo más predominante de su rostro medieval: la
muralla. Los muros defensivos son un elemento tan característico, que en la
misma definición de ciudad anotada por Alfonso El Sabio están presentes:
“ciudad es todo aquel lugar que es cercado de los muros, con los arrabales et
los edificios que se tiene con ellos”,
e incluso se consideran como un elemento con el cual el rey debe de mostrar su
amor y honra a su tierra.
Así que, desde la segunda mitad del s. III las ciudades se rodearon con
murallas para protegerse, lo que da como resultado la imagen clásica de la
ciudad medieval con murallas, torres y fosos: la de la ciudad fortaleza.
En lo que respecta al tamaño, éste se explica tanto por la
reducción a lo más esencial, como por las cuestiones defensivas, en donde la
ciudad pequeña contará con un mejor valor defensivo en comparación con una de
mayor tamaño.
La tendencia fue la de hacer de la ciudad núcleos reducidos a lo esencial,
aunque también hubo casos en los que algunas ciudades no se unieron al proceso
de contracción y quedaron convertidas tras su abandono en pueblos fantasmas, al
grado que se perdió su rastro y memoria.
Por otra parte, algunas de estas ciudades contraídas se comenzaron a amurallar
desde los s. IV y V, pero al paso del tiempo se volvieron en ruinas
amuralladas, “bellas durmientes blindadas que solo muchos siglos después
volverían a despertar”.
Sin embargo, hubo ciudades como las de Calabria, las cuales al
encontrarse relativamente libres de las invasiones bárbaras, no tuvieron la
necesidad de amurallarse; es más, muchas siguen siendo desde el Alto Imperio
ciudades abiertas.
Tras el abandono de las ciudades la población en general, y no
sólo los aristócratas, se diseminaron por el campo, ocupando el área rural, lo
que es un hecho fundamental para la comprensión de la Edad Media y el
desarrollo de su proceso urbano. Esta vuelta al campo provoca que la Edad Media
europea inicie poniéndose a nivel de una rudimentaria sociedad agraria, la cual
será la base de su economía y desarrollo urbano posterior.
Aunque se ha querido siempre confrontar campo y ciudad, el
carácter agrario de la sociedad y economía medieval refuerza los lazos entre la
ciudad y el campo, que se unen para darle ese toque especial al modelo urbano
medieval. Ahora, el que la población se encuentre dispersa en el campo provoca
que poco a poco los grandes territorios antes incultos sean objeto de cultivo y
que se humanice el paisaje.
En lugares como Francia, Germania e Inglaterra este carácter agrario se
refuerza por las características propias de esos suelos que favorecían el
cultivo.
Por lo tanto, las afirmaciones de que durante la Edad Media se da una marcada
diferencia entre ciudad y campo
se pueden desechar. Además se puede decir que en mayor o menor medida los
habitantes de estas ciudades, tal y como sucedió en los períodos previos,
contaban con tierras para satisfacer sus necesidades alimentarias, por lo que
la relación ciudad-campo se refuerza nuevamente.
Como parte de este proceso de ruralización numerosas villae, o mansiones rurales romanas a
las que las elites debieron tomar como sus nuevos hogares al dejar atrás a la
ciudad, se convirtieron en el complejo de la villa señorial de la economía
rural altomedieval. Estas villas adquirieron la forma de una especie de aldea,
con el manus indominicatus de la
familia del señor y las dependencias de los villanus
o labriegos.
Hacia los s. XII y XIII estas villas se convierten en poblaciones mayores, es
decir, en pequeñas ciudades.
¿Ruptura o continuidad?
Entre el final de la Antigüedad, identificada con la caída del
Imperio Romano de Occidente y el comienzo de la Alta Edad Media en el s. V, se
va gestando la ciudad medieval; pero, ¿qué tanto de la ciudad antigua podemos
encontrar en la naciente ciudad medieval?. Existen ciertos elementos de
continuidad, sobre todo de Italia, entre los que se pueden destacar los
caminos, acueductos y calles;
mientras que en el caso de la península Ibérica, con la presencia musulmana
desde el año 711, parece haber un caso de ruptura,
pero creo que podríamos considerarlo una continuación en un plano diferente,
porque la unión del urbanismo occidental y el oriental musulmán forman un nuevo
estilo que se ayuda de los elementos preexistentes.
Los castro, pequeños
recintos fortificados, también son elementos que perduran, y algunos fueron
cimientos para nuevas ciudades.
Pese a la tendencia al abandono, algunas civitates
antiguas continuaron ocupadas, y con ellas sus elementos característicos, como
termas, anfiteatros y basílicas.
También habría que incluir a la muralla como un elemento de continuidad, ya
fuera que se conservara parte o la totalidad de una fortificación romana.
Como se podrá apreciar, existen varios elementos materiales de
continuidad; sin embargo, el contexto cambiante y la adaptación de los
ciudadanos a las nuevas condiciones de la vida, no sólo urbana, sino en
general, dan la impresión de una fractura en el continuum del desarrollo urbano. Por ejemplo, Spiro Kostof
considera irrefutable el declive del urbanismo tras la caída del Imperio Romano.Según
mi consideración, resulta demasiado severo el que la caída de Roma se vea como
el final de la civilización urbana, peor aún es pensar que el urbanismo
medieval sea una regresión. Más bien debemos ver en el proceso de formación de
la ciudad medieval fenómenos de cambio continuo, de persistencia, de adaptación
y evolución, nunca de ruptura o regresión.
Los inicios de la ciudad medieval
El marcar el inicio o el final de algo siempre resulta arbitrario,
y todo dependerá del enfoque de cada persona, así que el ubicar la aparición de
la primera ciudad medieval resulta complicado. Sabemos que ya desde mediados
del s. III d.C. se inicia la gestación de la ciudad medieval, pero el punto
exacto en el que nace la primera ciudad medieval es difícil de ubicar en la
línea del tiempo; por ejemplo, Fernando Chueca Goitia sugiere que la ciudad
medieval como tal no aparece sino hasta el s. XI d.C. y se desarrolló en los s.
XII y XIII d.C.,
una fecha muy avanzada para ubicar su nacimiento.
Dutour, por su parte, comenta que en el s. IV, en el marco del
abandono de las ciudades, surgen nuevas aglomeraciones que compiten con las
ciudades antiguas.
Estas aglomeraciones, junto con las civitates
antiguas que perduraron y se volvieron ciudades diocesianas porque el obispo
pasó a ocupar el vacío jurisdiccional que quedó tras el abandono de las
antiguas autoridades,
podrían ser los primeros ejemplos de las primeras ciudades medievales. Bien
valdría decir que esto es un punto de conexión co los períodos previos, pues la
ciudad medieval adquiere el carácter de una asociación de culto,
tal y como sucede en las primeras manifestaciones de ciudades.
Por lo tanto en el s. VI con más frecuencia se empieza a llamar
ciudad a la localidad de residencia del obispo,
fue así como los prelados se erigieron como señores jurisdiccionales de las
ciudades en las que tenían sede.
El vínculo entre sede episcopal y ciudad no tardó en fortalecerse, puesto que
los obispos sólo residían en ciudades, y a este rango tenían que ser elevados
los centros promovidos a sede; Dijón es una excepción en esta tendencia.
La relación entre religión y ciudad se traduce no sólo en el título, sino hasta
en el aspecto físico de la ciudad, la cual posee edificaciones dedicadas al
culto: una iglesia catedral, el baptisterio, basílicas de camposanto y moradas
para el obispo y el clero de la catedral.
Aunque cabe aclarar que en algunas regiones como el centro y norte de Italia,
aún cuando el obispo es el poder de la ciudad, porque representa al rey,
jurídicamente su poder no es señorial, a pesar de que es el representante de
los ciudadanos y su ciudad es centro de una diócesis.
Pero la ciudad no sólo se reduce a la presencia del obispo, habrá
que considerar y tomar en cuenta otros factores, como el intercambio comercial;
por lo que a finales del s. VII, en el contexto del desarrollo de un progreso
demográfico y económico, aún muy limitados, se forman aglomeraciones urbanas
cuyo origen se vincula al intercambio mercantil.
Algunos de estos centros se desarrollaron a partir de ciudades romanas y otros
tantos son de nueva fundación. Por el hecho de no ser sedes episcopales no se
les ha calificado como ciudades por parte de los autores de la época; sin
embargo, estos portus o emporium, habría que tomarlos en cuenta
como ciudades.
Estos portus fueron típicos del Mar
del Norte y el Báltico, aunque también se ubicaron en los cursos medios y bajos
de los ríos.
Se trataba de poblaciones modestas de unos cuantos centenares de personas, en
donde los mercaderes eran el alma de la ciudad. Ahí se comerciaba con vino,
cerámica, esclavos, vidrio y otros productos.
A grandes rasgos, la ciudad medieval se origina en el repoblado
ambiente rural, en ciudades despobladas y a partir de antiguos campamentos
romanos; o, como en el caso de los puertos, en alguna ruta comercial marítima o
bien terrestre. Otras veces junto a una fortaleza, castillo feudal o una abadía.
Aspecto físico de la ciudad medieval
Por razones de seguridad la ciudad medieval se emplaza en lugares
que dificulten los ataques enemigos, lugares como colinas, terrenos elevados,
sitios abruptos, inmediaciones de ríos o pantanos. Pero con la llegada de
tiempos de mayor tranquilidad y paz, el emplazamiento en acrópolis cayó en
desuso ante los inconvenientes del acceso difícil, complicaciones en el
tránsito de mercancías y transportes. Se comenzó a dar preferencia a los
terrenos llanos y con cercanía a fuentes de agua, lo que evidentemente
favorecía la agricultura en el campo que abastecía a la ciudad.
Con frecuencia el centro de la ciudad se trasladó a los terrenos
llanos, lo que despobló las zonas altas, que se reservaron para usos militares
o religiosos. En respuesta a esto los señores feudales y los consejos
municipales cedieron privilegios a los barrios altos, tales como reducción o
exención de impuestos, mejora en el abastecimiento de recursos, y la obligación
de que los productos básicos se vendieran en la plaza alta.
El trazado, el emplazamiento y la muralla
Cuando no se trata de una ciudad que se desarrolla a partir de una
ciudad más antigua ya emplazada, por lo general la nueva ciudad se tendrá que
adaptar a las condiciones del terreno, aún cuando con esto no se comprometiera
el ideal de emplazar en un terreno llano .
En el caso de aquellas ciudades que tienen un origen romano, las
manzanas se reorganizan con nuevos trazados que terminan creando laberintos y
pasajes tortuosos, tal y como los sugiere Battista Alberti, ya que las calles
tortuosas y sin salida afectan al enemigo, mientras que aquellas que por el
nuevo orden se hacen estrechas dificultan las correrías de los enemigos . En
ocasiones el nuevo orden de la ciudad provoca que las residencias se hagan
pequeñas, mientras que estructuras como templos, teatros, anfiteatros,
acueductos y depósitos, se convirtieron en puntos de resistencia fortificados.
Ya sea una ciudad antigua o un nuevo emplazamiento el ordenamiento
siempre cambia, está en constante modificación, se adapta al uso, a veces se
toma en cuenta el ordenamiento antiguo, en otras tantas se da paso a una nueva
regularidad. Ya sea por seguridad o por razones de aprovisionamiento o
comercio, el panorama urbano cambia aunque pocas veces haya el tiempo y los
recursos para hacer un trazado formal. En la mayoría de los casos el trazado es
irregular, aunque con el tiempo se difunde el plano ortogonal.
Para el trazado de la ciudad se recomienda generalmente una
circunferencia, por ser la mejor superficie, la de mayor capacidad y la de
cercado más barato. Al plano circular le siguen en relevancia los planos con
varios ángulos prominentes, como el plano hexagonal, octagonal o decagonal, y
si es posible emplazamientos de doce o dieciséis ángulos.
Debido a las dificultades en los emplazamientos, el trazado de las
calles era irregular y tortuoso, pero procurando que las calles principales
llevaran al centro de la ciudad, mientras que las calles secundarias se
reservaban para el uso de los peatones, también era común encontrarse con
calles estrechas y sombrías en las que la luz del sol no penetraba.
El centro de la ciudad lo ocupaba la catedral o el templo, y en la
misma plaza de la catedral tenían lugar los mercados locales. También ahí se
ubicaban los edificios más importantes de la organización ciudadana, como el
Ayuntamiento y la Casa de los Gremios.
Por el nexo entre campo y ciudad, y entre tierra y el ciudadano,
nos encontramos con una ciudad llena de animales, como cerdos, gallinas,
cabras, asnos, bueyes, caballos, etc. Este panorama que es recurrente desde las
ciudades antiguas, llevó a que se establecieran leyes y normas relacionadas con
la higiene y la limpieza, leyes que también abarcaron temas como el
ordenamiento del espacio, procurando que la ciudad no se amontonara.
Las calles y las plazas eran los escenarios de la vida en la
ciudad medieval, en las plazas se desarrollaban actividades de esparcimiento o
de comercio, juegos, fiestas y hasta ejecuciones; mientras que en las calles
acontecía la vida de la ciudad, lo que las convertía en espacios sociales.
La muralla
Algunas ciudades, como aquellas que se originaron del castrum
romano, se vieron beneficiadas por las defensas antiguas, o por alguna parte de
ellas, otras tantas debieron proveerse de sus propias fortificaciones o hacer
uso de las defensas naturales.
La construcción de la muralla sólo fue posible por el poder de los
comerciantes, del consejo municipal, del rey o del señor feudal. El proceso de
construcción de la muralla era costoso, laborioso y lento, aunque esto no
excluye casos de murallas construidas con premura y baja calidad. El sólo
plantear su construcción suponía grandes conflictos entre los principales
grupos sociales. Quienes se mostraban más interesados en la construcción de la
muralla eran los miembros del consejo municipal en su papel de representantes
de la comunidad, y también los comerciantes, quienes buscaban proteger su
actividad económica, riqueza y propiedades. Entre los principales opositores a
la construcción de la muralla se encontraban los nobles, la Iglesia y los elementos
de la milicia. La gente de la Iglesia se sentía segura tras los muros de
conventos e iglesias, mientras que los nobles verían afectadas sus propiedades
rurales por la construcción o ampliación de los muros. Quizá como parte de la
oposición a la construcción de la muralla que en teoría defendería a todos,
ésta quedó a cargo del consejo municipal. Tal y como sucedía con la ciudad, la
muralla se adaptó a la topografía del terreno, organización de los caminos y de
los elementos que estaban fuera de la ciudad, como los arrabales.
En una visión muy general de la ciudad medieval, podemos ver que
la parte más elevada estaba ocupada por un alcázar o por una ciudadela,
recintos amurallados que protegían el palacio del rey o la residencia del señor
feudal. Las torres de la muralla, además de la defensa de las puertas, alojaban
cuerpos de guardia, fueron prisión de caballeros y lugares de reunión del
cabildo. Otros elementos defensivos eran los fosos, algunos de los cuales se
construyeron aprovechando ríos o arroyos, que al momento en que la ciudad
creció, fueron desviados para alimentar al nuevo foso. Con relación a lo
anterior habrá que decir que las puertas de las murallas se cerraban al caer la
tarde, llevaban el nombre del lugar al que conducían, de quien vivía cerca de
ellas (como la puerta del Conde) o de los productos que cruzaban por ellas (la
puerta del aceite en Sevilla).
En un principio se procuró conservar el espacio cercano a la
muralla para así tener libre circulación, incluso se hicieron leyes que prohibían
edificar en las proximidades del muro; a pesar de esto, el crecimiento de la
ciudad hizo que la ley y esta tendencia se olvidaran, por lo que en ocasiones
se edificó a pie de la muralla.
No es raro encontrarnos con ciudades que cuentan con más de un
sistema de fortificación, esto como resultado del crecimiento de la población
de la ciudad. El crecimiento de las ciudades llevó a la construcción de
sucesivas fortificaciones, pues al tener fuera de sus fortificaciones nuevos
asentamientos como los arrabales, se requiere de una muralla que los
protegiese. En Europa numerosas ciudades cuentan con entre dos y cuatro
murallas, aunque hay casos excepcionales como el de Florencia, que cuenta con
siete fortificaciones.
En el caso de las ciudades hispanomedievales otro tipo de defensas
lo constituían un cinturón de casas unidas muro con muro, y a las cuales sólo
se podía acceder desde el centro de la ciudad. Estas casas eran conocidas como
“casas fuertes” y eran usadas como defensa de sus dueños o para imponer sus
poderíos en el lugar.
La existencia de la muralla no sólo obedece a razones defensivas,
también era determinante para elevar a una población al rango de ciudad. Cuando
la muralla perdió su función defensiva podía privatizarse por las familias más
poderosas, y en ella ahora se construían palacios, se habitaban las torres o se
instalaban vertientes de agua y canales.
Estos desarrollos extramuros o suburbium, tenían crecimiento
irregular, algunos otros se adaptaban a los caminos rurales o rutas que partían
de la ciudad, y a veces siguiendo viejas calzadas romanas. Algunos de estos
suburbios evolucionaron hacia núcleos con funciones exclusivamente comerciales,
es así como se construyen los burgus o burgos. Otros suburbios se convirtieron
en el centro del pueblo y lugar del poder feudal y eclesiástico.
Burgo
La palabra burgo ya existía en la Tardoantigüedad y también fue
usada por los bárbaros, aunque sus significados son muy variados, desde núcleo
fronterizo, fortaleza habitada o como sinónimo de aldeas nuevas fortificadas.
Durante los siglos IX y X d.C. se fija el significado con el cual estamos más
familiarizados: el de una población nueva dedicada al comercio y la artesanía.
Los burgos fueron asentamientos complementarios de las actividades administrativas,
religiosas y militares de las ciudades a las que se adhirieron, y también
fueron el sinónimo del suburbio; podemos encontrarlos desarrollados también
junto a monasterios y castillos (burgos castrales). El desarrollo de los burgos
y suburbios provocó que las antiguas murallas de la ciudad perdieran su función
principal, pues en ocasiones no sólo al exterior, sino al interior se les
adosaron viviendas. Algunos nobles obtienen permisos de ocupar la muralla,
sobre la cual construyen palacios, en otros casos el foso que circunda la
muralla se llegó a rellenar para convertirlo en calle.
Los burgueses cuando se asociaron formaron comunas, que en un principio buscaban alcanzar mayores libertades
para el ejercicio de su trabajo, pero con el tiempo también fueron
intermediarios de las peticiones del resto de la sociedad, logrando apoyo
campesino y de la Iglesia. Ejercían presión sobre el señor feudal ante los
elevados impuestos, peajes, violencia, costos elevados de los productos y la leva en caso de guerra.
Inmigración
La reactivación comercial y el desarrollo de aglomeraciones como
los burgos, también fueron factores en la atracción de la población nueva a la
ciudad, sobre todo de aquellos que no encontraron trabajo o ya no quieren
trabajar en el campo, y que en la ciudad ven una nueva oportunidad. Estos
aldeanos acuden a la ciudad con la intención de emplearse ya fuera en el
servicio doméstico o en actividades artesanales, y ya una vez instalados buscan
un empleo donde no estén al servicio de otro. Sin embargo, la empresa de viajar
a la ciudad no es sencilla, pues existen dificultades para que se instalen y en
ocasiones se tiene que lidiar con brechas sociales que dificultan la pronta
adaptación al medio urbano. Las dificultades saltan a cada paso, conseguir empleo,
vivienda y si es un emprendedor el lugar para ubicar su negocio. Pero no
todo es tan difícil, pues a veces el
aldeano que llega a la ciudad cuenta con un amigo o familiar, quien lo guía, lo
aloja provisionalmente, es su fiador y puede prestarle algún dinero mientras se
instala en la ciudad. La familia es importante en estos procesos de
inmigración, ya que esto ayuda a no ser un desconocido, a contar con alguien
que responda por el viajero y de fe de su reputación.
Frente al inmigrado se aplican acciones rígidas en las que está
obligado a demostrar su virtud e intenciones en la ciudad, bajo esta tónica se
maneja el criterio de quién es de la ciudad y quién vive en ella. Surgen
conceptos como el del “extranjero cercano” (con la misma lengua, costumbres y
cultura de los habitantes del lugar donde se instala) y el del “extranjero
lejano” (comúnmente identificado con comerciantes viajeros).Esto es una muestra
del localismo típicamente medieval, aunque esta desconfianza hacia el
extranjero es inherente a todas las ciudades, sin importar el período al que
pertenezcan.
Como parte del crecimiento y desarrollo de la ciudad también
hubieron cambios en la legislación, y a consecuencia de la inmigración en la ciudad se endurecieron las leyes en
materia criminal, ante la necesidad de mantener la disciplina y dar un buen
ejemplo a las nuevas personas que llegaran a la ciudad, también se suprimieron
costumbres como las compurgaciones, ordalías, duelos, etc., acciones que
desentonaban con las nuevas condiciones de vida de la ciudades. También surgen
los sistemas de contribuciones voluntarias para atender a las obras comunales
más apremiantes, como la construcción, reparación y mantenimiento de las
murallas.
Higiene
El crecimiento de la ciudad trajo consigo problemas de sanidad, en
su mayoría por la basura la cual se componía de desechos orgánicos, que se
descomponían y se mezclaban con la tierra, otros tipos de desechos los
constituían el vidrio, el metal, papel y latas , así que en respuesta a esto se
hacen leyes que ayudan a la vida en comunidad, para la contribución en el
mantenimiento de las partes de uso común, como calles y pozos, y se toman
medidas para la limpieza de calles, recolección de inmundicias, construcción de
puentes, molinos y defensa del espacio público .
“Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las
porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte
impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores”.