sábado, 10 de octubre de 2015

Lectura III: La ciudad medieval



La ciudad medieval


El surgimiento del nuevo sistema urbano está fuertemente ligado con el mal llamado declive del Imperio Romano, y no con poca frecuencia se identifica como un proceso traumático, catastrófico y de decadencia, en el que se llega a un ocaso de los logros obtenidos en los siglos anteriores. Este nuevo sistema urbano es resultado de varios factores entre los que se destacan el paulatino abandono de las ciudades romanas, la ocupación de territorios rurales, las invasiones bárbaras, la contracción de grandes ciudades en pequeños centros fortificados, por nombrar algunos.

La visión siempre fatalista y pesimista de este período ha llevado en ocasiones a pensar que la Edad Media es un período oscuro, de retraso y confusión; sin embargo, mucho de todo esto es resultado de un problema típico del estudioso de la ciudad, el cual radica en querer hacer coincidir tiempos, ciudadanos y ciudades en períodos que no les corresponden. Personalmente, considero que las ciudades están vivas. Una muestra de esto es su adaptación y evolución al paso del tiempo, así que si pretendemos empalmar en la naciente ciudad medieval el modelo de la ciudad de la Antigüedad, la unión nunca sucederá porque los contextos son distintos y, por ende, la ciudad ha cambiado.

A continuación haré una presentación de los factores que influyeron en el desarrollo de la ciudad medieval.




Invasiones bárbaras

Las invasiones bárbaras y los estragos que causaron se pueden ubicar en tres períodos, siendo quizá el más conocido el segundo de éstos, porque coincide con la caída del Imperio Romano de Occidente. Este período comienza entre los años 406 y 407, cuando varios pueblos germánicos (alanos, francos orientales, burgundos, suevos y vándalos) atraviesan la frontera del Rin, y termina cuando a finales del s. VI la dominación lombarda se cristaliza en Italia.

El primer período de las invasiones es el más importante. Se inicia en la segunda mitad del s. II con las irrupciones bárbaras del año 259 en Bélgica, aunque se registran también entre los años 268 y 278 saqueos en Galia, y en los años 260 y 270 irrupciones germanas en Italia; después, los godos saquean por mar y tierra Tracia, Grecia y Asia Menor entre el 259 y 259, también hay bandas que penetran hasta España. Estos ataques bárbaros mostraron la inferioridad en la que muchas ciudades y milicias se encontraban en comparación con los audaces y, en ocasiones, más especializados oponentes.

El último período se ubica en los siglos IX y X con las incursiones musulmanas del norte de África, los húngaros y los vikingos o normandos. Podemos hablar de cerca de siete siglos de incursiones y saqueos que van desde el s. III a los s. IX y X, las cuales sin duda modificaron el modelo de vida y hacen que las ciudades del Imperio Romano pierdan su empalme con las ciudades medievales.


Nueva forma de las ciudades

Como resultado de estas oleadas de invasiones se acentuó un fenómeno que aún durante el Imperio se venía dando: el abandono de los centros urbanos. Esto principalmente se dio por parte de las elites, quienes perdieron el interés por radicar en la ciudad. También se perdió el interés por el cargo de edil, lo que llevó a la desaparición de los cargos y a un deterioro de las mismas ciudades, y a que ahora el campo y el entorno rural se volvieran el hogar de los grupos de poder.

Las invasiones fueron factor para el abandono y declive de las ciudades; sin embargo, este proceso no fue uniforme, pues hubo algunas ciudades que cayeron en la primera oleada de invasiones, mientras que otras, como las del Mediterráneo, sólo caerían hasta el último embate bárbaro. Algunas ciudades perdieron fuerza e importancia por el cierre del comercio mediterráneo por parte de los árabes. Sin embargo, algunas ciudades, como si de verdaderos fénix se tratase, se recuperaron una y otra vez de sus destrucciones, ya fuera por las actividades económicas, la protección de sus murallas o por la posterior presencia eclesiástica.

Como resultado del abandono y las invasiones aparece el fenómeno que Paolo Sica define como <<ciudad retraída>>. Se trata del abandono de los grandes dominios y la ciudad se contrae, a veces en fases sucesivas, dejando tras de sí rastros de su forma antigua y mostrando con los años capas cada vez más cercanas al núcleo o centro original.

El tamaño reducido es una característica de la imagen de la ciudad medieval, aunque las circunstancias de riesgo constante llevaron a dotar a la ciudad de lo que quizá sea el rasgo más predominante de su rostro medieval: la muralla. Los muros defensivos son un elemento tan característico, que en la misma definición de ciudad anotada por Alfonso El Sabio están presentes: “ciudad es todo aquel lugar que es cercado de los muros, con los arrabales et los edificios que se tiene con ellos”, e incluso se consideran como un elemento con el cual el rey debe de mostrar su amor y honra a su tierra. Así que, desde la segunda mitad del s. III las ciudades se rodearon con murallas para protegerse, lo que da como resultado la imagen clásica de la ciudad medieval con murallas, torres y fosos: la de la ciudad fortaleza.


En lo que respecta al tamaño, éste se explica tanto por la reducción a lo más esencial, como por las cuestiones defensivas, en donde la ciudad pequeña contará con un mejor valor defensivo en comparación con una de mayor tamaño. La tendencia fue la de hacer de la ciudad núcleos reducidos a lo esencial, aunque también hubo casos en los que algunas ciudades no se unieron al proceso de contracción y quedaron convertidas tras su abandono en pueblos fantasmas, al grado que se perdió su rastro y memoria. Por otra parte, algunas de estas ciudades contraídas se comenzaron a amurallar desde los s. IV y V, pero al paso del tiempo se volvieron en ruinas amuralladas, “bellas durmientes blindadas que solo muchos siglos después volverían a despertar”.

Sin embargo, hubo ciudades como las de Calabria, las cuales al encontrarse relativamente libres de las invasiones bárbaras, no tuvieron la necesidad de amurallarse; es más, muchas siguen siendo desde el Alto Imperio ciudades abiertas.

Tras el abandono de las ciudades la población en general, y no sólo los aristócratas, se diseminaron por el campo, ocupando el área rural, lo que es un hecho fundamental para la comprensión de la Edad Media y el desarrollo de su proceso urbano. Esta vuelta al campo provoca que la Edad Media europea inicie poniéndose a nivel de una rudimentaria sociedad agraria, la cual será la base de su economía y desarrollo urbano posterior.

Aunque se ha querido siempre confrontar campo y ciudad, el carácter agrario de la sociedad y economía medieval refuerza los lazos entre la ciudad y el campo, que se unen para darle ese toque especial al modelo urbano medieval. Ahora, el que la población se encuentre dispersa en el campo provoca que poco a poco los grandes territorios antes incultos sean objeto de cultivo y que se humanice el paisaje. En lugares como Francia, Germania e Inglaterra este carácter agrario se refuerza por las características propias de esos suelos que favorecían el cultivo. Por lo tanto, las afirmaciones de que durante la Edad Media se da una marcada diferencia entre ciudad y campo se pueden desechar. Además se puede decir que en mayor o menor medida los habitantes de estas ciudades, tal y como sucedió en los períodos previos, contaban con tierras para satisfacer sus necesidades alimentarias, por lo que la relación ciudad-campo se refuerza nuevamente.

Como parte de este proceso de ruralización numerosas villae, o mansiones rurales romanas a las que las elites debieron tomar como sus nuevos hogares al dejar atrás a la ciudad, se convirtieron en el complejo de la villa señorial de la economía rural altomedieval. Estas villas adquirieron la forma de una especie de aldea, con el manus indominicatus de la familia del señor y las dependencias de los villanus o labriegos. Hacia los s. XII y XIII estas villas se convierten en poblaciones mayores, es decir, en pequeñas ciudades.


¿Ruptura o continuidad?

Entre el final de la Antigüedad, identificada con la caída del Imperio Romano de Occidente y el comienzo de la Alta Edad Media en el s. V, se va gestando la ciudad medieval; pero, ¿qué tanto de la ciudad antigua podemos encontrar en la naciente ciudad medieval?. Existen ciertos elementos de continuidad, sobre todo de Italia, entre los que se pueden destacar los caminos, acueductos y calles; mientras que en el caso de la península Ibérica, con la presencia musulmana desde el año 711, parece haber un caso de ruptura, pero creo que podríamos considerarlo una continuación en un plano diferente, porque la unión del urbanismo occidental y el oriental musulmán forman un nuevo estilo que se ayuda de los elementos preexistentes.

Los castro, pequeños recintos fortificados, también son elementos que perduran, y algunos fueron cimientos para nuevas ciudades. Pese a la tendencia al abandono, algunas civitates antiguas continuaron ocupadas, y con ellas sus elementos característicos, como termas, anfiteatros y basílicas. También habría que incluir a la muralla como un elemento de continuidad, ya fuera que se conservara parte o la totalidad de una fortificación romana.

Como se podrá apreciar, existen varios elementos materiales de continuidad; sin embargo, el contexto cambiante y la adaptación de los ciudadanos a las nuevas condiciones de la vida, no sólo urbana, sino en general, dan la impresión de una fractura en el continuum del desarrollo urbano. Por ejemplo, Spiro Kostof considera irrefutable el declive del urbanismo tras la caída del Imperio Romano.Según mi consideración, resulta demasiado severo el que la caída de Roma se vea como el final de la civilización urbana, peor aún es pensar que el urbanismo medieval sea una regresión. Más bien debemos ver en el proceso de formación de la ciudad medieval fenómenos de cambio continuo, de persistencia, de adaptación y evolución, nunca de ruptura o regresión.


Los inicios de la ciudad medieval

El marcar el inicio o el final de algo siempre resulta arbitrario, y todo dependerá del enfoque de cada persona, así que el ubicar la aparición de la primera ciudad medieval resulta complicado. Sabemos que ya desde mediados del s. III d.C. se inicia la gestación de la ciudad medieval, pero el punto exacto en el que nace la primera ciudad medieval es difícil de ubicar en la línea del tiempo; por ejemplo, Fernando Chueca Goitia sugiere que la ciudad medieval como tal no aparece sino hasta el s. XI d.C. y se desarrolló en los s. XII y XIII d.C., una fecha muy avanzada para ubicar su nacimiento.

Dutour, por su parte, comenta que en el s. IV, en el marco del abandono de las ciudades, surgen nuevas aglomeraciones que compiten con las ciudades antiguas. Estas aglomeraciones, junto con las civitates antiguas que perduraron y se volvieron ciudades diocesianas porque el obispo pasó a ocupar el vacío jurisdiccional que quedó tras el abandono de las antiguas autoridades, podrían ser los primeros ejemplos de las primeras ciudades medievales. Bien valdría decir que esto es un punto de conexión co los períodos previos, pues la ciudad medieval adquiere el carácter de una asociación de culto, tal y como sucede en las primeras manifestaciones de ciudades.

Por lo tanto en el s. VI con más frecuencia se empieza a llamar ciudad a la localidad de residencia del obispo, fue así como los prelados se erigieron como señores jurisdiccionales de las ciudades en las que tenían sede. El vínculo entre sede episcopal y ciudad no tardó en fortalecerse, puesto que los obispos sólo residían en ciudades, y a este rango tenían que ser elevados los centros promovidos a sede; Dijón es una excepción en esta tendencia. La relación entre religión y ciudad se traduce no sólo en el título, sino hasta en el aspecto físico de la ciudad, la cual posee edificaciones dedicadas al culto: una iglesia catedral, el baptisterio, basílicas de camposanto y moradas para el obispo y el clero de la catedral. Aunque cabe aclarar que en algunas regiones como el centro y norte de Italia, aún cuando el obispo es el poder de la ciudad, porque representa al rey, jurídicamente su poder no es señorial, a pesar de que es el representante de los ciudadanos y su ciudad es centro de una diócesis.

Pero la ciudad no sólo se reduce a la presencia del obispo, habrá que considerar y tomar en cuenta otros factores, como el intercambio comercial; por lo que a finales del s. VII, en el contexto del desarrollo de un progreso demográfico y económico, aún muy limitados, se forman aglomeraciones urbanas cuyo origen se vincula al intercambio mercantil. Algunos de estos centros se desarrollaron a partir de ciudades romanas y otros tantos son de nueva fundación. Por el hecho de no ser sedes episcopales no se les ha calificado como ciudades por parte de los autores de la época; sin embargo, estos portus o emporium, habría que tomarlos en cuenta como ciudades. Estos portus fueron típicos del Mar del Norte y el Báltico, aunque también se ubicaron en los cursos medios y bajos de los ríos. Se trataba de poblaciones modestas de unos cuantos centenares de personas, en donde los mercaderes eran el alma de la ciudad. Ahí se comerciaba con vino, cerámica, esclavos, vidrio y otros productos.

A grandes rasgos, la ciudad medieval se origina en el repoblado ambiente rural, en ciudades despobladas y a partir de antiguos campamentos romanos; o, como en el caso de los puertos, en alguna ruta comercial marítima o bien terrestre. Otras veces junto a una fortaleza, castillo feudal o una abadía.



Aspecto físico de la ciudad medieval

Por razones de seguridad la ciudad medieval se emplaza en lugares que dificulten los ataques enemigos, lugares como colinas, terrenos elevados, sitios abruptos, inmediaciones de ríos o pantanos. Pero con la llegada de tiempos de mayor tranquilidad y paz, el emplazamiento en acrópolis cayó en desuso ante los inconvenientes del acceso difícil, complicaciones en el tránsito de mercancías y transportes. Se comenzó a dar preferencia a los terrenos llanos y con cercanía a fuentes de agua, lo que evidentemente favorecía la agricultura en el campo que abastecía a la ciudad.

Con frecuencia el centro de la ciudad se trasladó a los terrenos llanos, lo que despobló las zonas altas, que se reservaron para usos militares o religiosos. En respuesta a esto los señores feudales y los consejos municipales cedieron privilegios a los barrios altos, tales como reducción o exención de impuestos, mejora en el abastecimiento de recursos, y la obligación de que los productos básicos se vendieran en la plaza alta.



El trazado, el emplazamiento y la muralla

Cuando no se trata de una ciudad que se desarrolla a partir de una ciudad más antigua ya emplazada, por lo general la nueva ciudad se tendrá que adaptar a las condiciones del terreno, aún cuando con esto no se comprometiera el ideal de emplazar en un terreno llano .

En el caso de aquellas ciudades que tienen un origen romano, las manzanas se reorganizan con nuevos trazados que terminan creando laberintos y pasajes tortuosos, tal y como los sugiere Battista Alberti, ya que las calles tortuosas y sin salida afectan al enemigo, mientras que aquellas que por el nuevo orden se hacen estrechas dificultan las correrías de los enemigos . En ocasiones el nuevo orden de la ciudad provoca que las residencias se hagan pequeñas, mientras que estructuras como templos, teatros, anfiteatros, acueductos y depósitos, se convirtieron en puntos de resistencia fortificados.

Ya sea una ciudad antigua o un nuevo emplazamiento el ordenamiento siempre cambia, está en constante modificación, se adapta al uso, a veces se toma en cuenta el ordenamiento antiguo, en otras tantas se da paso a una nueva regularidad. Ya sea por seguridad o por razones de aprovisionamiento o comercio, el panorama urbano cambia aunque pocas veces haya el tiempo y los recursos para hacer un trazado formal. En la mayoría de los casos el trazado es irregular, aunque con el tiempo se difunde el plano ortogonal.

Para el trazado de la ciudad se recomienda generalmente una circunferencia, por ser la mejor superficie, la de mayor capacidad y la de cercado más barato. Al plano circular le siguen en relevancia los planos con varios ángulos prominentes, como el plano hexagonal, octagonal o decagonal, y si es posible emplazamientos de doce o dieciséis ángulos.

Debido a las dificultades en los emplazamientos, el trazado de las calles era irregular y tortuoso, pero procurando que las calles principales llevaran al centro de la ciudad, mientras que las calles secundarias se reservaban para el uso de los peatones, también era común encontrarse con calles estrechas y sombrías en las que la luz del sol no penetraba.

El centro de la ciudad lo ocupaba la catedral o el templo, y en la misma plaza de la catedral tenían lugar los mercados locales. También ahí se ubicaban los edificios más importantes de la organización ciudadana, como el Ayuntamiento y la Casa de los Gremios.

Por el nexo entre campo y ciudad, y entre tierra y el ciudadano, nos encontramos con una ciudad llena de animales, como cerdos, gallinas, cabras, asnos, bueyes, caballos, etc. Este panorama que es recurrente desde las ciudades antiguas, llevó a que se establecieran leyes y normas relacionadas con la higiene y la limpieza, leyes que también abarcaron temas como el ordenamiento del espacio, procurando que la ciudad no se amontonara.

Las calles y las plazas eran los escenarios de la vida en la ciudad medieval, en las plazas se desarrollaban actividades de esparcimiento o de comercio, juegos, fiestas y hasta ejecuciones; mientras que en las calles acontecía la vida de la ciudad, lo que las convertía en espacios sociales.


La muralla

Algunas ciudades, como aquellas que se originaron del castrum romano, se vieron beneficiadas por las defensas antiguas, o por alguna parte de ellas, otras tantas debieron proveerse de sus propias fortificaciones o hacer uso de las defensas naturales.

La construcción de la muralla sólo fue posible por el poder de los comerciantes, del consejo municipal, del rey o del señor feudal. El proceso de construcción de la muralla era costoso, laborioso y lento, aunque esto no excluye casos de murallas construidas con premura y baja calidad. El sólo plantear su construcción suponía grandes conflictos entre los principales grupos sociales. Quienes se mostraban más interesados en la construcción de la muralla eran los miembros del consejo municipal en su papel de representantes de la comunidad, y también los comerciantes, quienes buscaban proteger su actividad económica, riqueza y propiedades. Entre los principales opositores a la construcción de la muralla se encontraban los nobles, la Iglesia y los elementos de la milicia. La gente de la Iglesia se sentía segura tras los muros de conventos e iglesias, mientras que los nobles verían afectadas sus propiedades rurales por la construcción o ampliación de los muros. Quizá como parte de la oposición a la construcción de la muralla que en teoría defendería a todos, ésta quedó a cargo del consejo municipal. Tal y como sucedía con la ciudad, la muralla se adaptó a la topografía del terreno, organización de los caminos y de los elementos que estaban fuera de la ciudad, como los arrabales.

En una visión muy general de la ciudad medieval, podemos ver que la parte más elevada estaba ocupada por un alcázar o por una ciudadela, recintos amurallados que protegían el palacio del rey o la residencia del señor feudal. Las torres de la muralla, además de la defensa de las puertas, alojaban cuerpos de guardia, fueron prisión de caballeros y lugares de reunión del cabildo. Otros elementos defensivos eran los fosos, algunos de los cuales se construyeron aprovechando ríos o arroyos, que al momento en que la ciudad creció, fueron desviados para alimentar al nuevo foso. Con relación a lo anterior habrá que decir que las puertas de las murallas se cerraban al caer la tarde, llevaban el nombre del lugar al que conducían, de quien vivía cerca de ellas (como la puerta del Conde) o de los productos que cruzaban por ellas (la puerta del aceite en Sevilla).

En un principio se procuró conservar el espacio cercano a la muralla para así tener libre circulación, incluso se hicieron leyes que prohibían edificar en las proximidades del muro; a pesar de esto, el crecimiento de la ciudad hizo que la ley y esta tendencia se olvidaran, por lo que en ocasiones se edificó a pie de la muralla.

No es raro encontrarnos con ciudades que cuentan con más de un sistema de fortificación, esto como resultado del crecimiento de la población de la ciudad. El crecimiento de las ciudades llevó a la construcción de sucesivas fortificaciones, pues al tener fuera de sus fortificaciones nuevos asentamientos como los arrabales, se requiere de una muralla que los protegiese. En Europa numerosas ciudades cuentan con entre dos y cuatro murallas, aunque hay casos excepcionales como el de Florencia, que cuenta con siete fortificaciones.

En el caso de las ciudades hispanomedievales otro tipo de defensas lo constituían un cinturón de casas unidas muro con muro, y a las cuales sólo se podía acceder desde el centro de la ciudad. Estas casas eran conocidas como “casas fuertes” y eran usadas como defensa de sus dueños o para imponer sus poderíos en el lugar.

La existencia de la muralla no sólo obedece a razones defensivas, también era determinante para elevar a una población al rango de ciudad. Cuando la muralla perdió su función defensiva podía privatizarse por las familias más poderosas, y en ella ahora se construían palacios, se habitaban las torres o se instalaban vertientes de agua y canales.

Estos desarrollos extramuros o suburbium, tenían crecimiento irregular, algunos otros se adaptaban a los caminos rurales o rutas que partían de la ciudad, y a veces siguiendo viejas calzadas romanas. Algunos de estos suburbios evolucionaron hacia núcleos con funciones exclusivamente comerciales, es así como se construyen los burgus o burgos. Otros suburbios se convirtieron en el centro del pueblo y lugar del poder feudal y eclesiástico.


Burgo

La palabra burgo ya existía en la Tardoantigüedad y también fue usada por los bárbaros, aunque sus significados son muy variados, desde núcleo fronterizo, fortaleza habitada o como sinónimo de aldeas nuevas fortificadas. Durante los siglos IX y X d.C. se fija el significado con el cual estamos más familiarizados: el de una población nueva dedicada al comercio y la artesanía. Los burgos fueron asentamientos complementarios de las actividades administrativas, religiosas y militares de las ciudades a las que se adhirieron, y también fueron el sinónimo del suburbio; podemos encontrarlos desarrollados también junto a monasterios y castillos (burgos castrales). El desarrollo de los burgos y suburbios provocó que las antiguas murallas de la ciudad perdieran su función principal, pues en ocasiones no sólo al exterior, sino al interior se les adosaron viviendas. Algunos nobles obtienen permisos de ocupar la muralla, sobre la cual construyen palacios, en otros casos el foso que circunda la muralla se llegó a rellenar para convertirlo en calle.

Los burgueses cuando se asociaron formaron comunas, que en un principio buscaban alcanzar mayores libertades para el ejercicio de su trabajo, pero con el tiempo también fueron intermediarios de las peticiones del resto de la sociedad, logrando apoyo campesino y de la Iglesia. Ejercían presión sobre el señor feudal ante los elevados impuestos, peajes, violencia, costos elevados de los productos y la leva en caso de guerra.


Inmigración

La reactivación comercial y el desarrollo de aglomeraciones como los burgos, también fueron factores en la atracción de la población nueva a la ciudad, sobre todo de aquellos que no encontraron trabajo o ya no quieren trabajar en el campo, y que en la ciudad ven una nueva oportunidad. Estos aldeanos acuden a la ciudad con la intención de emplearse ya fuera en el servicio doméstico o en actividades artesanales, y ya una vez instalados buscan un empleo donde no estén al servicio de otro. Sin embargo, la empresa de viajar a la ciudad no es sencilla, pues existen dificultades para que se instalen y en ocasiones se tiene que lidiar con brechas sociales que dificultan la pronta adaptación al medio urbano. Las dificultades saltan a cada paso, conseguir empleo, vivienda y si es un emprendedor el lugar para ubicar su negocio. Pero no todo  es tan difícil, pues a veces el aldeano que llega a la ciudad cuenta con un amigo o familiar, quien lo guía, lo aloja provisionalmente, es su fiador y puede prestarle algún dinero mientras se instala en la ciudad. La familia es importante en estos procesos de inmigración, ya que esto ayuda a no ser un desconocido, a contar con alguien que responda por el viajero y de fe de su reputación.

Frente al inmigrado se aplican acciones rígidas en las que está obligado a demostrar su virtud e intenciones en la ciudad, bajo esta tónica se maneja el criterio de quién es de la ciudad y quién vive en ella. Surgen conceptos como el del “extranjero cercano” (con la misma lengua, costumbres y cultura de los habitantes del lugar donde se instala) y el del “extranjero lejano” (comúnmente identificado con comerciantes viajeros).Esto es una muestra del localismo típicamente medieval, aunque esta desconfianza hacia el extranjero es inherente a todas las ciudades, sin importar el período al que pertenezcan.

Como parte del crecimiento y desarrollo de la ciudad también hubieron cambios en la legislación, y a consecuencia de la inmigración  en la ciudad se endurecieron las leyes en materia criminal, ante la necesidad de mantener la disciplina y dar un buen ejemplo a las nuevas personas que llegaran a la ciudad, también se suprimieron costumbres como las compurgaciones, ordalías, duelos, etc., acciones que desentonaban con las nuevas condiciones de vida de la ciudades. También surgen los sistemas de contribuciones voluntarias para atender a las obras comunales más apremiantes, como la construcción, reparación y mantenimiento de las murallas.


Higiene

El crecimiento de la ciudad trajo consigo problemas de sanidad, en su mayoría por la basura la cual se componía de desechos orgánicos, que se descomponían y se mezclaban con la tierra, otros tipos de desechos los constituían el vidrio, el metal, papel y latas , así que en respuesta a esto se hacen leyes que ayudan a la vida en comunidad, para la contribución en el mantenimiento de las partes de uso común, como calles y pozos, y se toman medidas para la limpieza de calles, recolección de inmundicias, construcción de puentes, molinos y defensa del espacio público .

“Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores”.






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