Los minoicos
Antes
de hablar sobre la polis griega, me parece adecuado traer a cuento una idea que
propone Schneider respecto a las ciudades, y en la cual, a grandes rasgos comenta que las
primeras metrópolis y las ciudades más antiguas se agrupaban alrededor de los
30º de latitud norte, paralelo que corta el Cairo, y que posteriormente este
“centro de gravedad de la civilización”, como lo he denominado, se fue desplazando
hacia el paralelo 40º, el cual corre al norte de Atenas y al sur de Roma,
de tal modo que siguiendo los pasos de este eje de la civilización, viajamos de
los valles de los grandes ríos al continente europeo, en donde la primera
ciudad que nos recibe es Cnosos, ubicada en la isla de Creta, y a la cual
podemos considerar como la ciudad más antigua del continente.
Historia y mito
Antes
de comenzar a hablar sobre el palacio de Cnosos, considero propicio hacer
algunas acotaciones sobre el periodo que más adelante abarcaré. De acuerdo con
Francisco Javier Gómez Espelosín, en su obra Historia de Grecia Antigua,
los griegos hasta el período helenístico no distinguen entre el tiempo mítico y
el tiempo de la historia, razón por la cual el mito dictaba su historia más
lejana; dada la imposibilidad de contar con pruebas que sustentasen estos
hechos, algunos relatos como los del mismo Tucídides quedaron descartados como
fuentes de información, lo mismo sucedió con otras historias, como la de Teseo,
Perseo y Heracles, o con eventos como la famosa guerra de Troya.
Una
serie de descubrimientos realizados a finales del siglo XIX e inicios del XX,
revelaron restos materiales que, en apariencia, imbuían de veracidad algunos de
los eventos y relatos antes descartados por su falta de consistencia. El
primero de estos investigadores fue el alemán Heinrich Schliemann, con sus descubrimientos en el Peloponeso y
Troya, después vino el británico Arthur Evans, con sus excavaciones en Creta.
A
primera vista parecería que ahora el mito y la realidad se empalmarían sustentados
en estas investigaciones; sin embargo, en no pocos de estos hallazgos, y más
concretamente en los realizados por Schliemann, su fascinación por la mitología
griega nublaría su juicio y lo llevaría a hacer a un lado la labor arqueológica.
Este estado de ensoñación no duraría mucho tiempo, ya que los sucesores de
estos investigadores, ahora apoyados con las nuevas tecnologías y avances
científicos, confirmarían lo que en apariencia debía reconocerse desde el
primer momento, la cronología tradicional estaba desfasada con las dataciones
más recientes.
Los
descubrimientos realizados a mediados del siglo XX por Michael Ventriss, un
joven arquitecto inglés, terminaron por echar por tierra la tendencia hacia el
mito, ya que se dio a la tarea de estudiar un grupo de tablillas de arcilla que
habían sido encontradas en lugares como Tebas y Cnosos, y lo que encontró fue
verdaderamente asombroso: la lengua que aparecía escrita en aquellas tablillas
era lengua griega, una lengua griega arcaica escrita en silabario, pero que
mostraba una realidad totalmente diferente a la que nos presentan los relatos
míticos.
En ellas nos encontramos con un sistema de administración palacial, que a todas
luces se asemeja más a la organización de los sistemas orientales de la costa
sirio fenicia y del norte de Mesopotamia,
y que distan mucho de ser aquellos reinos encabezados por “aventureros
valerosos y despreocupados a la manera de Aquiles o Ulises, a los que sólo
importa el honor o la consecución de jugosos beneficios”.
Si
bien tanto estas tablillas como otros hallazgos abrieron una nueva manera de
acercarse al pasado griego, a manera de una apología Espelosín sugiere que si
bien los mitos no pueden sustituir a la historia, y mucho menos pueden
sustentarla, hasta cierto grado nos proporcionan claves para su interpretación.
La civilización
minoica
Muy
probablemente la civilización que habitó la isla de Creta sea la más antigua
del continente europeo,
y aunque ya desde el siglo XIX se realizaron exploraciones en la isla, no sería
sino hasta los trabajos de Arthur Evans que se realizan estudios más formales,
siendo su labor tan relevante, que es él a quien se le considera formalmente
como el descubridor de la civilización cretense. Sin embargo, tal y como
sucedió con Schliemann, el mito también estuvo presente en sus investigaciones,
muestra de esto es el otro titulo que se le da a la civilización cretense:
minoica, debido a la importancia de la figura del rey Minos.
La
isla de Creta tiene una forma alargada y estrecha, se encuentra dividida
longitudinalmente por sistemas montañosos,
cuenta con llanuras fértiles entre el mar y los sistemas montañosos, hacia la
costa la geografía escarpada forma fondeaderos naturales para las embarcaciones;
como resultado de estas condiciones de fertilidad y salida al mar, es probable
que la isla tuviera un rápido desarrollo. También hay que mencionar que dada su
ubicación al centro del mar Egeo, cuenta con una posición privilegiada que la
deja a medio camino de Europa, Asia y África,
lo que seguramente debió favorecer los contactos comerciales con Egipto, la
costa sirio fenicia, el Oriente próximo, Asia Menor, las Cícladas y la
península Balcánica.
Muestra
de la privilegiada posición y del intercambio cultural que existió entre Creta
y sus alrededores, son los objetos procedentes de estas regiones encontrados en
la isla, mientras que las pinturas, vasos de oro y plata de estilo cretenses
recientemente hallados en Egipto,
son muestras fehacientes de esta interacción comercial y cultural.
Los palacios
El
papel de los palacios en la civilización minoica es tan relevante, que el
sistema de cronología está basado en ellos. La cronología propuesta por el
arqueólogo griego Nicolás Platón se divide en los siguientes períodos:
Prepalacial:
2600-2000 a.C.
Palacial
primero: 2000-1700 a.C.
Palacial
segundo: 1700-1400 a.C.
Postpalacial:
1400-1100 a.C.
El
período Prepalacial abarca desde los orígenes de la civilización en la isla,
hasta la construcción de los primeros palacios;
el primer período palacial se caracteriza por el auge de los palacios, y
culmina con la destrucción de los palacios a causa de un terremoto.
El segundo período palacial está marcado por la reconstrucción de los palacios,
y se reconoce como la época de oro de la civilización minoica. Durante este
período la arquitectura palacial alcanza su máximo esplendor. El final de este
período nuevamente se caracteriza por una serie de destrucciones de palacios,
pero en una escala más elevada, también relacionada con fenómenos naturales.
Si bien esta serie de eventos naturales dio fin a la civilización palacial,
Gómez Espelosín, señala que esta época no debe de considerarse como decadente,
ya que se mantuvo cierto grado de prosperidad y paz interna, aunque sin ser tan
pujante como antes.
Se
conocen cuatro complejos palaciegos: Mallia (o Maliá) (fig. 10), Festos, Kato
Zakro y Cnosos,
siendo este último la construcción más representativa. Los cuatro palacios
presentan un esquema muy similar, aunque con ciertas variaciones debido a su
tamaño, el lujo y el orden de sus zonas aledañas.
El elemento principal en los palacios es un patio central, en torno al cual se
agrupan las demás habitaciones, las cuales podían servir de almacenes, archivos
o salas rituales.
Los pisos superiores regularmente estaban destinados para los aposentos reales,
aunque en el caso de Zakros, las plantas altas fungieron como talleres y
almacenes.
Entre
las funciones de los palacios se encuentra la de morada de los gobernantes y
otros grupos privilegiados, centro de culto por la presencia de salas rituales
y santuarios; y también funcionaron como centros económicos puesto que ahí se
almacenaba el grano y aceite que se producía en su región de dominio. Como
anteriormente lo comenté, el palacio también era un centro artesanal, pues en
los talleres que había en su interior, los artesanos realizaban sus creaciones
con materias primas que, en algunas ocasiones, se proporcionaban al interior
del mismo palacio.
Detrás
de la figura del palacio minoico, existe un largo proceso de desarrollo social
y económico que culminó con el encumbramiento de estas estructuras hasta el
grado de importancia que conservaron durante el largo período de la historia
cretense. Gómez Espelosín reconoce tres factores que fueron determinantes y que
contribuyeron a la formación de las estructuras palaciales:
a) El establecimiento de poblados
agrícolas estrechamente unidos, lo que posibilitó una vida comunal más intensa
de la que se podría tener en pequeños establecimientos agrícolas dispersos.
b) El desarrollo de unidades
familiares extensas (una especie de clanes) al interior de los poblados más
unidos.
c) El establecimiento de territorios
destinados al uso y explotación de un poblado específico.
Partiendo
de las condiciones anteriores, es fácil deducir que en algún momento uno de
estos grupos familiares adquirió con el tiempo fuerza y autoridad, ya fuera por
la productividad de sus tierras o por su buena organización;
también es posible que la misma comunidad diera ciertas concesiones a este
grupo privilegiado, el cual poco a poco fuera cobrando conciencia de su
situación y la reforzara.
Se
puede considerar la construcción de los palacios como una consecuencia del proceso
antes mencionado,
y es posible que se construyeran bajo el consenso de toda la sociedad al
considerarlo como parte de una tarea colectiva que beneficiaría tanto al grupo
encumbrado como al resto de la comunidad. Muestra de este trabajo en conjunto
de gobernantes y gobernados son el tamaño y suntuosidad de los palacios, pues
si bien en el palacio se refleja la riqueza de los gobernantes, por otro lado,
también es el reflejo del trabajo de la comunidad que los hizo gobernantes y
construyó sus palacios en espera de mejores servicios.
La sociedad minoica
A
la cabeza de la pirámide se encuentran los gobernantes, de quienes sabemos muy
poco, ya que no dejaron escritos, estatuas, frescos o alguna otra manifestación
artística que pueda darnos indicios sobre ellos. Siendo el rey Minos el más célebre
por el relato del minotauro.
Debajo
del gobernante se encontraba un grupo de Altos dignatarios, los cuales eran
probablemente familiares del gobernante, y tenían a su cargo la producción de
algún territorio determinado.
En orden de jerarquía seguían los sacerdotes y sacerdotisas, comerciantes y
mercaderes. Ya en la base se encontraban los campesinos, granjeros y pastores,
quienes a pesar del comercio y la artesanía, estaban encargados de producir el
sustento básico de la sociedad,
estos grupos vivían en los territorios aledaños al palacio.
Aunque
no toda la población se encontraba inmersa en el ámbito palaciego, gozaba de
prosperidad económica, pues en hallazgos recientes se han encontrado piezas de
marfil y algunas piedras finas en casas particulares,
sin embargo, considero que debido a que se conoce poco del modo de vida
minoico, resultaría arriesgado generalizar esta prosperidad a todos los
estratos de la sociedad; quizá resulte más apropiado sugerir que existió una
cierta graduación de la prosperidad, que permitió posiblemente vivir sin
presiones económicas, pero no al grado de que un granjero tuviera piezas de
marfil o que un campesino tuviera entre sus pertenencias algunas joyas, por lo
que probablemente los hallazgos anteriormente mencionados correspondan a grupos
privilegiados.
El palacio de Cnosos
El
palacio probablemente fue construido alrededor del siglo XVII a.C. Poseía un patio de 55 m. de largo, 400 salas, habitaciones, cámaras,
corredores, escaleras y patios interiores más pequeños; de acuerdo
con Wolf Schneider todo el conjunto abarcaba una superficie de 2.6 hectáreas,
sin embargo, otras estimaciones sugieren que el complejo tenía un área de 1.3
hectáreas.
Francisco Gómez Espelosín sugiere que el palacio contaba con 1500 habitaciones
ubicadas en una extensión de 17400 m2 .
El
palacio se encontraba rodeado de quintas y aldeas de labradores y artesanos, y
en la costa recintos para remeros y carpinteros. Tanto el palacio como sus
alrededores carecían de murallas, quizá por su ubicación, o tal vez, como
proponen Charles Gates y Max Weber, esta ausencia de murallas sugiere una época
de armonía política y paz particularmente intensa, que probablemente pudo estar
bajo el liderazgo de Cnosos.
Sin embargo, algunas excavaciones recientes echan por tierra la idea de Gates,
ya que en ellas se han encontrado algunos restos de fortificaciones y algunos
objetos que muestran escenas de guerra, los cuales contrastan con las escenas
pacíficas y armoniosas que se plasman en algunos objetos del arte figurativo.
El
mismo Charles Gates sugiere que entre las funciones que pudo tener el palacio
se encuentran las de residencia real, centro administrativo, tesorería,
depósito de productos agrícolas y manufacturados, o centro de culto,
ahora sabemos que el palacio no cumplía una única función sino todas las que
sugiere Gates.
Y
aunque el palacio se encuentra inmerso entre el mito y la realidad por su
conexión con el relato de minotauro, no existe evidencia que sustente dicho
relato, salvo la presencia de un fresco, el cual es citado por Gates como The Fresco of the Bull Leapers o Taureador Fresco, el cual
sugiere la existencia de algún tipo de deporte que involucrara la interacción
con un toro.
El
palacio de Cnosos contaba con una avenida pavimentada conocida en la actualidad
como Camino Real, además de un área llamada Teatral donde se cree se realizaban
danzas rituales, y una Corte Central, en donde probablemente tuviera lugar el
deporte que incluía a los toros.
Pese
a la magnificencia del palacio de Cnosos, por sí mismo no puede ser considerado
ciudad; sin embargo, si tomamos en cuenta las quintas, aldeas y terrenos
circundantes en los que pudieron habitar cerca de 50 mil personas,
al conjunto se le puede considerar una ciudad.
Fuentes:
Gates, Charles, Ancient cities: the archaeology of
urban life in the Ancient Near East and Egypt, Greece and Rome, London,
Routledge, 2004, XX-444 p., ils., mapas
Gómez Espelosín Francisco Javier, Historia de Grecia Antigua,
Madrid: Ediciones Akal, 2001, 357 p.
Kostof, Spiro, The
City shaped: urban patterns and meanings through history, London : Thames
and Hudson, 1991, 344 p., ils
Schneider, Wolf, De Babilonia a Brasilia: las
ciudades y sus hombres, tr. Juan Godo Costa, Barcelona, Moguer, 1961, 526
p.
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